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lunes, 30 de mayo de 2016

EL HOMBRE QUE CANTABA A MOUSTAKI Y A BRANSENS

Había soñado tantas veces con aquel hombre, que le parecía mentira que una mujer pudiera enamorarse de manera pertinaz como ella lo estaba. Le parecía ridículo, pero tenía que admitirlo, que se había enamorado a primera vista. Le bastó verlo tomar improvisadamente, una guitarra, y cantar desde la barra del barcito más antiguo de la parte vieja de la ciudad, esa canción, siempre de huida, de Moustakis, El Extranjero.

Celebraban esa noche, el cumpleaños de su mejor amiga, y a ambas les gustó a rabiar, el hombre de la guitarra en la barra. Luego cantó de Brassens, otra nostalgia: "antaño en el lugar del jardín que hay ahora/ en toda esta zona y alrededores había casuchas y cuchitriles insólitos..." Y recuerda que animada por los aguardientes, le pidió que la cantara de nuevo para su amiga Lucía - así se llamaba- que estaba de cumpleaños. Cuando el hombre volvió a cantarla sintió de nuevo cosquillitas en el estómago, y esas ganas irrefrenables de besarlo, que se tomó un doble de aguardiente para apaciguar el deseo, y cuando miró a la barra, el hombre ya no estaba.

Desde aquella noche no ha vuelto a saber de él. Bueno, han estado a punto de encontrarse, pero no coinciden sus tiempos; y ella que lo ha perseguido de manera incesante, por el laberinto de bares de la ciudad vieja, cuando lo busca en los lugares que le cuentan que canta a Moustakis o a Brassens, a saber por qué hado fatal, el hombre ya se ha ido.

martes, 17 de mayo de 2016

Regreso

Sé que estará ahí,
como Penélope a la vuelta de Ulises a Ítaca,
tejiendo y destejiendo chalecos
en el tiempo de la espera.
Cuando arribe a sus playas,
el viento
le alzará las faldas,
como una bandera que desnuda el asta de su
cuerpo.
Y encallaré
por siempre la barca en la arena,
al primer beso del regreso

lunes, 9 de mayo de 2016

Bandera



Cuántos creyeron haber matado los sueños
en la aldea derruida.
El aire aún huele en el tiempo,
cuando se recorre la  planicie, 
a la carne agridulce de los caídos en combate.
Es el viento  la memoria que no olvida,
que donde hubo amor y besos,
la muerte afiló sus cuchillos
para desangrar la vida,
!Cuántos ayes! 
de angustia y de dolor
en los huyentes. La brisa aliviaba sus heridas.
Algún día volverán, 
y levantarán de sus muñones la aldea,
habrá de nuevo  amor y besos, 
y la felicidad de los niños será un eco
incesante en la vasta llanura.
En el caimo de la plaza,
volverán a cantar de tarde en tarde 
las chicharras,
y en los hornos de arcilla y greda,
el sueño del pan volverá a ser para todos.