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domingo, 28 de septiembre de 2014

La mujer de los ojos devaídos

LA MUJER DE LOS OJOS DESVAÍDOS

La vi por primera vez, aquella noche en el bar, sentada en la barra, mientras se tomaba un cerveza con una lentitud de caracol. Me senté a su lado, y se escuchaba a Silvio, cantando algo de una mujer con sombrero y Chagall. Miraba con esa mirada desvaída, que siempre le conocí, hacia uno de los espejos del bar.Me senté a su lado, y pedí un "amarillo". Ella, volteó amirarme, hace bien que se beba un whisky, está haciendo frío, y se frotó las manos.
Otra de las veces, estaba parada frente a la catedral. Vestía de blanco, un traje etéreo como su mirada. Me vio, y se acercó, en el momento en que tomaba unas fotos de las palomas en vuelo, ya recuerdo, fue el que se sentó junto a mi, en el bar donde ponen trova cubana, y estuvimos hablando de sueños y tonterías de la vida. Lo dijo tan simple, que cualquiera hubiera pensado, de escuchar la conversación, que realmente habíamos hablado de frivolidades, cuando la charla se fundó en la existencia como acción, en esa postura ética de Sartre, tema que se volvió reiterativo en nuestras charlas.
Creo que le gustaba el puerto, en esa hora en que recalaba algún barco, y ella esperara a alguien que nunca llegaba, pero se le veía feliz, a pesar de esa mirada desvaída, que se había anidado en sus ojos para siempre. Muchas veces la vi allí, recostada contra la baranda. Un viento indiscreto levantaba su falda, y a ella no le importaba que quedaran al descubierto sus nalgas rotundas.
Volvimos a encontrarnos en el bar de la trova cubana. MIlanés, cantaba aquella letra de la mujer que deja en la camisa las flores de abril. Ella se acercó a mi mesa, y me brindó una cerveza, pero primero la bebió a pico de botella, y me la puso en las manos. Sin pensarlo, bebí la cerveza, también a pico de botella. Sonó Portavales, y ella me sacó a bailar. Dimos unos pasos, entre dengues y contoneos sueltos, y luego nos pegamos. Sentí el calor de su cuerpo, a pesar de la mirada desvaída. Nos besamos, con ansiedad. Quizás ambos, esperábamos ese beso. Terminamos en la playa, sin luna, haciendo el amor entre el yodo y el salitre del mar.
Después no la volví a ver. Desapareció como por ensalmo, dejándome una herida en el alma, porque de verdad, había empezado a amarla. Hoy, he recibido una carta de ella, sin procedencia, sintética: "amor, pudo más Sartre y la acción"