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domingo, 13 de marzo de 2011

Tras el cine ccolombiano: Los colores de la Montaña

TRAS EL CINE COLOMBIANO: LOS COLORES DE LA MONTAÑA

Pocaluz, Manuel y Juliàn
Manuel

los protagonistas, y la montaña


Director, Carlos César Arbelaéz



A Colombia, como si la persiguiera ese hado trágico de la dramática helénica clásica, está signada por una violencia inveterada que se arraiga en la tenencia de la tierra. Los conflictos políticos y sociales de mayor envergadura, han sido transversalizados por la posesión de la tierra, que mueve y dinamiza la economía del país, desde los tiempos de la Colonia española, las guerras de emancipación, la conformación de la República y las Guerras civiles, entrado el siglo veinte, la confrontación por el poder de los partidos históricos (Liberal y Conservador), y últimamente, el choque de fuerzas entre paramilitares e insurgencia, que repite la historia del desplazamiento de los campesinos a los sectores urbanos, para protegerse de la violencia que éstas fuerzan generan, para hacerse al dominio de la tierra.

El cine colombiano, no podía sustraerse a este fenómeno iterativo del desarraigo campesino, que lo ha enfocado en una filmografía amplia y diversa, donde la violencia se desborda en la cámara, en una especie de explicitación exagerada. Pero, cuando el espectador se asoma a la pantalla grande, para ver Los colores de la Montaña, se sorprende que tras el relato inocente de unos niños que asisten a la escuela veredal, su sueño de jugar un torneo de fútbol, que creen ver cristalizado, en el balón que le regalan a Manuel de cumpleaños,y ya no tendrán que jugar con ese balón sin aire de Julián, corre el trasfondo violento de la historia: el conflicto paramilitar-guerrilla, que busca involucrar a los campesinos.


Julian, Manuel y "pocaluz", conforman el trío de niños sobre los cuales recae la historia, y la tensión de su relato: el balón que cae en terreno minado, y los niños a sabiendas del peligro que corren, buscan rescatar la pelotan, ingeniándose toda una suerte de estratagemas, para no ser cogidos por las minas quiebratas; y el relato paralelo, el de fondo, contado por la cámara con sutileza, discreción, y sugerencia: la violencia paramilitar, observada en eventos como el de la maestra de la escuela, que pide respeto por la instituciòn educativa, y con sus niños, pinta un mural con el paisaje de la montaña, en la pared donde los grupos armados habían escrito consignas, hecho por el cual es amenazada, y tiene que salir de prisa del lugar. La muerte del papá de Julian, presidente de la Acción Comunal, por ser el padre de un hijo que se fue a la guerrilla.
El miedo cunde por las muertes, y las gentes, que se aferraban a la tierra, a su identidad y querencia, huyen también de la vereda, poblada de montañas, herencia ancestral, tomada en planos abiertos por la cámara, como el protagonista elemental de esta película, producto de una beca, dirigida y guionizada con acierto (de ahí sus galardones en los festivales de cine de San Sebastián y Cartagena), por el cineasta colombiano Carlos César Arbeláez.