TRAS EL CINE COLOMBIANO: LOS COLORES DE LA MONTAÑA
Pocaluz, Manuel y Juliàn
Manuel
los protagonistas, y la montaña
Director, Carlos César ArbelaézA Colombia, como si la persiguiera ese hado trágico de la dramática helénica clásica, está signada por una violencia inveterada que se arraiga en la tenencia de la tierra. Los conflictos políticos y sociales de mayor envergadura, han sido transversalizados por la posesión de la tierra, que mueve y dinamiza la economía del país, desde los tiempos de la Colonia española, las guerras de emancipación, la conformación de la República y las Guerras civiles, entrado el siglo veinte, la confrontación por el poder de los partidos históricos (Liberal y Conservador), y últimamente, el choque de fuerzas entre paramilitares e insurgencia, que repite la historia del desplazamiento de los campesinos a los sectores urbanos, para protegerse de la violencia que éstas fuerzan generan, para hacerse al dominio de la tierra.
El cine colombiano, no podía sustraerse a este fenómeno iterativo del desarraigo campesino, que lo ha enfocado en una filmografía amplia y diversa, donde la violencia se desborda en la cámara, en una especie de explicitación exagerada. Pero, cuando el espectador se asoma a la pantalla grande, para ver Los colores de la Montaña, se sorprende que tras el relato inocente de unos niños que asisten a la escuela veredal, su sueño de jugar un torneo de fútbol, que creen ver cristalizado, en el balón que le regalan a Manuel de cumpleaños,y ya no tendrán que jugar con ese balón sin aire de Julián, corre el trasfondo violento de la historia: el conflicto paramilitar-guerrilla, que busca involucrar a los campesinos.
Julian, Manuel y "pocaluz", conforman el trío de niños sobre los cuales recae la historia, y la tensión de su relato: el balón que cae en terreno minado, y los niños a sabiendas del peligro que corren, buscan rescatar la pelotan, ingeniándose toda una suerte de estratagemas, para no ser cogidos por las minas quiebratas; y el relato paralelo, el de fondo, contado por la cámara con sutileza, discreción, y sugerencia: la violencia paramilitar, observada en eventos como el de la maestra de la escuela, que pide respeto por la instituciòn educativa, y con sus niños, pinta un mural con el paisaje de la montaña, en la pared donde los grupos armados habían escrito consignas, hecho por el cual es amenazada, y tiene que salir de prisa del lugar. La muerte del papá de Julian, presidente de la Acción Comunal, por ser el padre de un hijo que se fue a la guerrilla.
El miedo cunde por las muertes, y las gentes, que se aferraban a la tierra, a su identidad y querencia, huyen también de la vereda, poblada de montañas, herencia ancestral, tomada en planos abiertos por la cámara, como el protagonista elemental de esta película, producto de una beca, dirigida y guionizada con acierto (de ahí sus galardones en los festivales de cine de San Sebastián y Cartagena), por el cineasta colombiano Carlos César Arbeláez.
