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sábado, 13 de diciembre de 2008








DE LA CRÓNICA Y CUENTÍSTICA DEL SACERDOTE UBALDO MANUEL DÍAZ



Lo conocí por casualidad. No físicamente como es normal que suceda, con apretón de manos, y luego la imparajitable conversación con apertura del qué haces, y el irse, luego, metiendo en el otro, para dejar por ahí la arista que permita que surja una amistad. La vocación por la literatura me hizo relacar en el mundo de Ubaldo Manuel Díaz. Y no me arrepiento de que la amiga común Geimy (gracias), con un entusiasmo tan fresco y vivo, me haya hablado del sacerdote Díaz, agarrado por el gancho de la escritura literatura, con una vocación indeclinable. Él mismo me lo confirma en el correo donde llegaron sus trabajos, cuando apunta que "hago la salvedad que lo mío es el cuento, no las crónicas, ni los repoprtajes". Los autores rusos son el objeto de su predilección lectora, y naturalmente paradigmas de la narrativa.



Relevante que Ubaldo Manuel Díaz, no escriba como sacerdote, ni se amarre a una litertura como la llama convencional. Creo que si Díaz hubiera sido abogado, su literatura no olería a códigos, leyes, ni menos a trapisondas propias del derecho y el litigio, sino a la vida misma. Sus cuentos tienen el alma popular, los personajes en su hondura humana se sienten en ese cuento de Las lobas de la noche, y sus crónicas mismas, son verdaderas joyas del relato - a pesar del jaez periodístico-.

El padre Ubaldo Manuel Díaz, se declara antes que todo cuentística, pero si entre los géneros periodísticos, alguno tiene espíritu literario es la crónica, porque permite que el periodista no sólo se avenga a los hechos, sino que fabule, imagine, y recree. Creo que de la crónica deviene su interés por la cuentística, así como un Capote, un Norman mailer, un García Márquez, un Daniel Samper Pizano, derivaron de la crónica periodística a la narrativa, inicialmente desde las entrañas del cuento, y luego en la exigencias de la novela.
Las crónicas del padre Ubaldo manuel, escritas para el periódico EL Universal de Cartagena, desde su Comala: Regidor, al sur del departamento de Bolívar, ya perfilan su talante de narrador, en ellas se avizora al cuentista de gran factura que es, son las cinco y treinta de la madrugada. Afuera se desgaja una tenue lluvia que empaña los cristales de mi ventana. Se escuchan los pitos de las motos y el sonido deslizante de los primeros carros que rompen el silencio de las calles magangueleñas. EStá amaneciendo. Una aurora azulada de las muchas de las muchas que contemplé en las tierras del cacique Maganguey empieza a descorrer el velo de la noche. Veo mi pequeño morrar que alisté la noche anterior para mi nuevo camino. Para consolarmeun poco escucho desde mi radio descascarado el poema hecho canción de Antonio machado "caminante no hay camino, se hace camino al andar". Por el humo blanco que ayer vi salir de la catedral de Magangué sé que" habemus párroco", para este nuebo municipio ubicado en la conflictiva zona del sur de Bolívar en remplazo del sacerdote que le tocó oscurecer y no amancer por las amenazas contra su vida por parte del grupo armado Aguilas Negras.


En esta Crónica de un viaje a Regidor, como En la marcha de las sotanas, se observa a un narador de escritura abierta, puestos los ojos sobre un espacio regional, donde la guerra ha puesto sus huevos de muerto, pero la gente quiere la paz, para sentar las bases de un desarrollo humano, por eso el sur marchó por la vida de los sacerdotes amenazados, aquellos que, cuando una llovizna triste caía sobre las desiertas calles de Morales la noche del 15 de abril pasado cuando cincuenta sacerdotes hacían la entrada silenciosa en una caravana de diez carros a este municipio de 3.000 habitantes, localizado en la neurálgica zona del Sur de Bolívar.Arribamos a las 09 horas 05 minutos como se dice en el lenguaje militar, según escuché la comunicación entrecortada entre un raso agente del orden, que acariciaba el radio como un fetiche, y un amedallado general que le impartía ordenes, seguramente desde una alfombrada oficina en la fría Bogotá, tal vez mientras jugaba ajedrez. Monseñor Leonardo Gómez Serna junto a los sacerdotes pidieron a Dios por quienes los amenazaron hace varios días. “Queremos paz, no guerra”.

Pero que sea el cuentísta, ganador del concurso de cuentos y poesía Ciudad de Floridablanca, (Santander) el que hable a través de uno de sus relatos; he ahí una muestra de su espontánea y coloquial escritura, en Las lobas de la noche: .
Las lobas de la noche



¡Ahí están las lobas! Se escuchó la voz quebrada convertida en susurro. Era mi amigo que hablaba a mis espaldas mientras señalaba a dos jovencitas apostadas en la barra del bar. Las lobas en mención no eran precisamente las que amamantaron a Rómulo y remo los fundadores de roma. Según la academia de mi amigo que seguía pontificando; dícese de aquellas mujeres que devoran a un hombre en un santiamén. Una de ellas estaba de pie junto a la barra atrapada por los musculosos brazos de un hombre silencioso de mandíbula cuadrada y labios de ventrílocuo. Era una rubia atractiva, no pasaría de unos veinte años con el peinado y atuendo emulando a Paris hilton. Parecía distante, con la mirada perdida y puesta en unos jóvenes que se contorsionaban al ritmo de la música electrónica que tronaba de los altavoces. La cámara de luces se deslizaba como tormenta eléctrica despidiendo intermitentes relámpagos. Al fondo, en medio del humo sobresalía la imagen del carpintero de Nazareth con su barbita dorada con la oración. “Dios bendice mi negocio”. La otra con un vaso en la mano posaba en el extremo de la barra. La música seguía tronando. Ahora el ritmo era interpretado por un cantante vallenato mientras reiteradamente saludaba a un traquetico. Como si fuera una revelación o descubrimiento mi amigo al ver al cantante tronó de nuevo: “yo estuve en esa parranda”.La que estaba al extremo de la barra se había acercado un poco a donde nos encontrábamos. Seguía acariciando como un fetiche el mismo vaso de la noche. De reojo yo la observaba. Era una mujer de piel cetrina y rasgos orientales. Enfundada en un capri Se le insinuaba discretamente a un militar pasado de tragos. Maquillada rigurosamente ocultando el paso de las múltiples veladas. El hombre de la mandíbula cuadrada había liberado a París hilton, que animada y eufórica cantaba en coro con otras amigas. “Cuidao con judas, cuidao con judas”. Yo seguía observando los movimientos autómatas del cantinero que a esa hora tenía cara de pocos amigos parecida a la del hombre que le acaban de informar que su casa se ha caído. Dicen que colocan esa cara revolver 38 largo para que no les pongan “el plomo”. El militar había sucumbido a los encantos de la Mata Hari de rasgos orientales. En su borrachera balbuceaba: “que viva la milicia, que viva la milicia”.

La rubia se había acercado descaradamente donde yo me encontraba acribillándome con su pregunta: ¿bailas? - no- fue mi respuesta contundente. Miré al de la mandíbula cuadrada esperando algún gesto. Este seguía ahí, silencioso mirando a unos hombres que hacían fila para entrar al baño. La música era más discreta, mentalmente la seguía con el taconeo de los zapatos. Con el rabillo del ojo seguía mirando al de la mandíbula cuadrada que ahora se acomodaba su cabellera hendida por la mitad como la de Carlos Gardel. La voz ronca de Paris Hilton seguramente de tanto trasnochar me sacó del pentagrama musical: cómo te llamas? Y siguieron las preguntas de rigor. Que haces? Dónde vives? Estudias? Trabajas? Nunca te había visto por aquí. Mi amigo seguía mirando con devoción al cantante vallenato, mientras apartaba con fastidio a un vendedor ambulante que le interrumpía su coito al ofrecerle un corazón de amor y amistad.

No me has contestado cómo te llamas? -Me increpó Paris hiltón – mientras jugaba con un vaso en sus manos – nuevamente observé a mi amigo que seguía extasiado rindiendo culto al cantante vallenato que ahora decía a viva voz que el no era marica como si se lo estuvieran preguntando No quise interrumpirle su devoción y salí un poco para tomar aire.
El tipo de la mandíbula cubista se quedó mirando a Paris hilton abrirse paso en medio de las mesas. Paris Hilton caminó hacía mi hasta casi rozarme. A esa hora todos los negocios vomitaban los últimos clientes de la noche susurrando apresuradas promesas de amor. Nos fuimos caminando por la avenida que moría en la oficina naviera. Miraba sus brazos desnudos, sus contorneadas pantorrillas, el vello de la nuca, ese vello que nunca se logran peinar. Había en su rostro cierta indolencia nihilista. Su actitud era la de una profetisa que está a punto de proferir un oráculo Rebuscaba frases del castellano de Cervantes y las acomodaba a su libreto cuidadosamente aprendido. Como en la casa de los espejos, para cada cliente había ensayado una palabra. Para los gurús de la economía me comentó que les excitaba la palabra “crecimiento económico”, a los políticos “pueblo y democracia” y para mi, aprendiz de poeta prestó una frase del universo Kafkiano que me dejó boquiabierto.
Cuantos años tienes? Le pregunté. Quedó en silencio. - Primer error preguntarle la edad a una mujer- pensé- a ellas no les gusta que les investiguen la edad. En el silencio se escuchaban los fogonazos de la escuela de artillería, el murmullo de los enamorados, el taconeo de sus zapatos Apoyándose en mi hombro coquetamente se los quitó llevándolos en sus manos.
Por qué admiras a Paris Hilton? Porque quiero ser como ella- fue su escueta respuesta.
Ella es cabeza hueca – no importa, quiero ser como ella remató con vehemencia colocando punto final a mi curiosidad.
Los últimos carros de la noche pasaban raudos la lustrosa avenida. Mis palabras que habían sido contenidas desde mi época de estudiante comenzaron a salir tenue y libremente como de una caja de Pandora. Pensativa se quedó mirando a lo lejos y susurró: la belleza es una maldición. No pude seguir escuchándola porque un maldito camión lanzó un bocinado parecido al rugido de un monstruo triste.
Parándose en vilo y balanceándose peligrosamente sobre una barda, abrió los brazos y susurró: Quiero que recites un poema – para esa hora yo le había dicho que escribía- enmudecí porque su petición me tomó por sorpresa. En un acto desesperado le dije que me gustaba Moliere, que admiraba a Puskin, que el santo Tolstoi se quedó por fuera de los altares, que había hecho muchas comedias. Ella reía a carcajadas, o talvez no entendió o la literatura le importaba un carajo. Interrumpió su alegría y volvió a susurrarme: “quiero que me recites un poema”. A lo lejos se escuchó la algarabía de los primeros estibadores que llegaban a la bahía. Alcancé a decirle lo de Pablo Neruda: “es tan corto el amor y tan largo el olvido”. Repitió esa frase como una letanía: es tan corto el amor y tan largo el olvido; es tan corto el amor y tan largo el olvido. Quedó en silencio. En la lejanía se escuchó toser la sirena del buque que partía con los turistas extranjeros que hacía unas horas buscaban desaforados al proxeneta de turno. La brisa y las estrellas que parpadeaban en el firmamento tenían una extraña quietud. El mar reventaba con furia en los acantilados convirtiéndose en una reverberante espuma. Quedamos un rato con los pies puestos sobre la baranda del muelle escrutando el horizonte negro y suave. La verdad es que no se que podía hacer un aprendiz de poeta con Paris Hilton o que putas tenía que ver el pop rock con la poesía. En esas meditaciones estaba cuando la aurora del nuevo día nos tomó por asalto. Desesperada como la cenicienta que pierde su encanto volvió a preguntarme cómo te llamas? Que haces?- Ahora con más premura- Aun no había entendido sus sáficas inclinaciones.
Después de acordar con ella y saber dónde vivía quedamos de encontrarnos en la iglesia de nuestra señora a las 10 de la mañana porque era el sitio más cercano para ambos.

El Mesías de Handel sonaba en el ambiente. Un rayo de luz traspasaba el verdusco vitral donde la figura del jorobado de Notra Dame limpiaba las campanas. Paris Hilton hacía su entrada por la nave central de la iglesia. Llevaba puesto un vestido negro con escote en v, la imagen que tenía de ella ahora se me hacía más clara. Nada se parecía a ella. La que había conocido anoche. Su hermoso rostro ahora sin maquillaje era tapado por un velo negro parecido alas que usan las viudas de la cosa Nostra. En su mano izquierda llevaba un pequeño abanico y en la otra un devocionario sin estrenar, su taconeo y caminado de pasarela hicieron que la vista de los presentes la siguieran. Las oraciones de esa mañana se convirtieron en murmullo. Cuando alzó la vista quedó petrificada y cayó de rodillas ante la imagen de nuestra señora al verme recostado junto al altar enfundado en una sotana negra.