Vistas de página en total

sábado, 11 de agosto de 2007

TEATRO UIS, Y LA CULEBRA PICO DE ORO

En las décadas del sesenta y el setenta, cuando el teatro colombiano (que no traía una tradición como el mejicano y el argentino), empezó a reconocerse en las necesidades del país, a darse un rostro con los problemas sociales, políticos y económicos nacionales, a recuperar la historia desde hechos populares, apoyándose en experiencias del teatro del absurdo de Ionesco( Las sillas), de Becket (Esperando a Godot), en el Teatro Épico de Bertol Brecht, y su teoría del distanciamiento(Círculo de tiza, Madre coraje), en los presupuestos del teatro pobre de Grotowsky, en los lineamientos de Augusto Boal(El arco iris del deseo) para un teatro en la censura, en el laboratorio político de El Escambray de Cuba, y El Galpón del Uruguay, dirigido por el maestro de maestros, Atahualpa del Cioppo, surgieron dos enfoques como propuesta dramatúrgica, para materializar el sueño de una escena fabulada a partir del imaginario nuestro, que no era otra cosa que darnos identidad teatral, para el nuevo teatro colombiano: la creación colectiva, tendencia avalada por Santiago García y su teatro La Candelaria, Enrique Buenaventura,y su Teatro Experimental de Cali, Jorge Alí Triana, y su Teatro Popular de Bogotá, y la perspectiva de la creación de autor, nucleada en Teatro Libre de Bogotá, dirigido por Ricardo Camacho, y con un equipo de dramaturgia de autor, encabezado por Jairo Aníbal Niño, Esteban Navajas, Sebastián Ospina, y otros.
Eran tiempos de controversia aquellos cuando el mayo 68 francés, el hipismo su vida comunal y el retorno al buen salvaje, el existencialismo de Sartre y Camús, la revolución cubana, la teología de la liberación, el agrarismo, el capitalismo, la sociedad de consumo, y la ausencia de justicia social en una América Latina, trajeron nuevos vientos para el pensamiento, la letras y el arte en estas tierras de más abajo del río Bravo. Colombia, a través del Nadaismo, de la narrativa de García Márquez (La mala hora, La hojarasca, Los funerales de la mama grande), de la pintura de Obregón, Botero, Beatriz González, y del teatro panfletario universitario, que habría de acrisolarse en las posturas de la dramaturgia de autor y colectiva, para enriquecimiento del nuevo teatro colombiano, empezaría a mirarse en sus entrañas, y a pensar en un país diferente.
La dialéctica bajo la cual se da la experiencia del nuevo teatro colombiano, nadie puede poner en duda que fue altamente significativa para la dramaturgia colombiana, y la dirección teatral. Hoy, ese bagaje dramatúrgico, y de dirección que surge del teatro, se ha volcado al cine, u oficia en ambos ámbitos. En esos tiempos de controversia teatral de los setenta, conocí a Omar Álvarez, quien afinado con el pensamiento del Teatro Libre de Bogotá, creó, El Teatro Libre de Bucaramanga, con su escudero Elbert Sotomonte. Eran los tiempos en Santander de César Badillo y su teatro Butaregua, de Jorge Prada y Fidel Ocaziones, sitos en la orilla del pensamiento de Santiago García y Buenaventura. Relevante estas posturas, que en lo estético, llevaban a considerar que los de la dramaturgia colectiva eran muy realistas, y los de la creación
de autor, extremadamente naturalistas(los críticos traían a colación la exageración del Libre de Bogotá de meter una cabaña en escena, en la Balada del café triste). En el fragor de estas escaramuzas teatro-ideológicas -porque en el fondo las direccionaba un afán político, no panfletario, pues eso se superó- se formó Omar Álvarez, para un oficio que sabe hacer en el teatro: dirigir.Uno de sus montajes de gran recordación, El cuento de las naranjas dulces, de Gustavo Cote Uribe, obra premiada en España, apoyada musicalmente por la Banda del Departamento, que dirigía el maestro Alfonso Guerrero.
No extraña, por lo tanto, que hoy, Omar Álvarez, esté al frente del grupo de teatro de La Universidad de Santader (UIS), y que haya puesto en escena uno de los eventos históricos de mayor calado popular, del 7 y 8 de septiembre de l879, que involucró a los artesanos y comerciantes de la Bucaramanga de entonces, en hechos de sangre, que la historia que enseñan en los colegios, elude, y sólo deja para las tesis de grado, o las investigaciones de la Academia de historia, condenadas al polvo y el abandono de los estantes. Titulada como La culebra pico de oro, nombre con el cual se identificaban los artesanos, que se veían disminuidos económicamente por el auge del comercio,en esta obra los hechos históricos se funden con la ficción, y con acierto y humor, Clara Guerrero, fabula entre los acontecimientos históricos, la relación amorosa de Mariana -la hija de Nicolás Ordóñez, uno de los más prestantes comerciantes de Bucaramanga- con Antonio, un empleado de confianza de su padre, pero hermano de nadie más y nadie menos, que Celestino, el dirigente de la temida facción de artesanos de la Culebra pico de oro.
Relevante la actuación de Mario Martínez, en el papel de padre, con su rol de hombre despistado. Imponente, Adolfo Merchán, en el rol de Celestino, el líder de La culebra pico de oro. Muy gritona, Laura Díaz, pero convincente, en su papel de hija. En Federico Prada, como Antonio, vale destacar la recuperación del acento santandereano. SE siente en él la tierra.
La culebra pico de oro, tiene humor, personajes consistentes, y costumbrismo porque muestra el comportamiento social de los bumangueses en la segunda mital del diecinueve. De ingenio, las alusiones a la casa del diablo de Puyana, y la presencia de los alemanes, por meros intereses capitalistas y expoliativos de los recursos naturales (quina, tabaco). Quizá la dramaturgia flaquee al finiquitar la relación de Mariana y Antonio, con ese final de telenovela, cuando el alemán FRanz, a quien el padre de Mariana le había prometido su mano, irrumpa en la alcoba de ésta que se encuentra con Antonio, y le dé muerte a éste, y Mariana al alemán. Pero, en el fondo, queda la sensación de que director y dramaturga, se quieren burlar del melodrama televisivo, y eso no tiene reparos. El final, en el desaire frustrado a los alemanes,un buen remate dramatúrgico, una lección, precisamente en estos tiempos cuando se hace necesario recuperar la dignidad nacional ante tanta genuflexión al imperialismo gringo.