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domingo, 29 de julio de 2007

Una flor para Fontanorrosa, que debe estar cagándose de la risa en su tumba

Hubiera podido escribir al momento de su muerte, sobre el negro Fontanarrosa, uno de los más originales caricaturistas latinoamericanos, tan genial como Quino, que el 19 de julio, ya no pudo estar más en este mundo, y se fue, porque pudo más esa enfermedad neurológica degenrativa, que su afán de vivir; pero he dejado pasar los días para no escribir los mismos lugares comunes de los columnistas habituales, o de quienes se preciaban de su amistad, y dejaron caer sobre el papel o en la plantilla del blog, lágrimas de cocodrilo, traducidas en frases más propias para una telenovela rosa, que para la despedida de un humorista, que siempre consideró que la risa es el único sentimiento respetable del ser humano


Por eso, la única manera de decirle adios a Fontanarrosa, era riendo, qué cuento de ojos encharcados. Y, es que a Fontanarrosa, los que lo conocieron (naturalmente en su papel de caricaturista), fue riendo. Por lo menos así lo conocí yo, así nunca cruzara palabras con él, a pesar de que vino varias veces al país. Pero Fontanarrosa eran los personajes de sus caricaturas. Ellos eran su alma. Ese Boogie el aceitoso, con el cual me tropecé en Lecturas Domicales de El Tiempo, cuando este magazín era respetable. Cómo sabía Fontanarrosa, mamarle gallo, a esos hombres rudos, a esos matones de profesión, con este espía tan simpático y tonto, a pesar de su espíritu bronco. No es mentira. Por Boogie el Aceitoso, me suscribí a El Tiempo. Cuando acabaron la franquicia con Fontanarrosa, ya nada me ataba a este periódico, ya no tenía al espía brutal, pero inocente, a ese paradojal personaje, entre tierno y bestial, entonces corté toda conexión con El Tiempo. Quedaban otros canales la revistas argentinas, donde aparecía la tira de Boogie. Y, para qué están los amigos, que no sé por arte de qué, me hacían llegar una revista, llamada Tinta, donde nació el singular personaje.


Fontanarrosa, cuando se aburrió de su espía tonto pero cruel, cuando su otro personaje, más local, pero que con Tolstoi, de la aldea se abrió al mundo, el gaucho Inodoro Pereyra, el renegau, se le hizo insoportable, se dio a la tarea de escribir novelas, más para poner en ridículo a los famosos, a aquellos que no pueden vivir sin que los medios los estén nombrando sin desmayo, porque no pueden brillar por sí solos, son estrellas fugaces. Por eso, sus novelas Best Seller, y la Gansada, que tuve el privilegio de leer, en el baño, porque es el lugar más grato para leer, y desjarretarme de la risa, que aún me pregunto, como no desfondé el inodoro si de la risa, me salían gases explosivos y descargas cerradas, por el ojo aquel del cual hizo elogio inolvidable, otro humorista de la literatura, el genial Quevedo. Mejor dicho, me cagué de la risa, como decían todos los que leían a Fontanorrosa


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